Andahuaylillas,
Huaro y Canincunca conservan una de las mejores muestras de arte barroco
mestizo en el Perú
IÑIGO
MANEIRO
Es
la experiencia del color en su máxima expresión. Las paredes, los techos, los
balcones y ventanas del interior, sus órganos. Todo está cargado de color. Es
una especie de horror al vacío donde no queda un hueco libre para la
imaginación. Son historias majestuosas en las que intervienen indios, obispos,
soldados, hombres ricos y pobres, monstruos y ángeles, diablos y princesas, todos
ellos rodeados de flores, frutas y aves provenientes de los rincones de la
sierra y la selva.
Estos
grafitis de los siglos XVI y XVII, que harían las delicias de los diseñadores
gráficos, son catecismos visuales que los conquistadores españoles, de la mano
de los jesuitas, elaboraron para la evangelización de la iletrada población
indígena local y con la que les mostraban los caminos a la gloria o al
infierno.
No
hay perspectiva y el mensaje, como el color, es directo, sin espacio para las
dobles interpretaciones, lo que hace que estas pinturas murales, de las tres
iglesias que forman parte de la Ruta del Barroco Andino, sean más bellas
todavía.
Esa
ruta formaba parte de un gran corredor comercial que incluía al Cusco (situado
a 40 kilómetros); el Altiplano y Potosí, de donde llegaba la plata; y la selva,
en la que se cultivaba coca. En una corta distancia de tres kilómetros entre
ellas, Andahuaylillas, Huaro y Canincunca, conservan una de los mejores
muestras de arte barroco mestizo en el Perú, un arte que nace de la fusión de
las culturas europea del siglo XVI y la indígena local.
OBISPOS Y ÓRGANOS
Sus
autores, Tadeo Escalante o Luis de Riaño, muestran en ellas la crítica y la
ironía hacia el poder. Por ejemplo, en la iglesia San Juan Bautista de Huaro,
se aprecian obispos y ricachones engullidos por las fauces de seres monstruosos
o arrojados a las llamas del fuego eterno. La entrada a esa iglesia es amplia,
de piedra y tiene tres cruces en uno de sus lados que, al atardecer, forman
sombras con el sol. Junto a ella, en la misma Plaza de Armas, se encuentra el
museo Waka, un pequeño centro donde se exhiben restos líticos que incluyen
petroglifos, piedras mágicas y rocas en formas de animales. En el pequeño
templo de la Virgen Purificada de Canincunca, que se encuentra en la parte alta
de la carretera que une Huaro con Urcos, sus paredes interiores están repletas
de iconografías y símbolos entre esculturas de vírgenes y santos, que recuerdan
a los ‘pallais’ o diseños de los tejedores del Ausangate. Desde el jardín de
esta iglesia se observa la laguna de Urcos.
A la
iglesia San Pedro Apóstol de Andahuaylillas se la conoce como la Capilla
Sixtina de América. En ella se cantó la primera obra polifónica barroca de
nuestro continente, un canto en quechua a la Virgen María llamado “Hanaq Pacha
Kusikuyin”, y su baptisterio conserva la fórmula bautismal en cinco idiomas:
griego, latín, puquina, aymara y quechua. Sus órganos, el de los Ángeles y el
Rey David, también son los más antiguos, y hace unos meses han sido restaurados
por especialistas franceses, pudiendo ofrecer hoy conciertos de música barroca.
Tres
iglesias, cargadas de arte y con más de 400 años, que narran historias y
visiones que no pierden actualidad.
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