En este
departamento hacemos un viaje por unas de las haciendas más antiguas del Perú,
ubicadas en un tramo de unos 200 kilómetros de la Interoceánica
Sur.
Vista panorámica de la hacienda Yaca, con su casa que se resiste a caer y su iglesia como era costumbre. (Foto: Iñigo Maneiro)
Vista panorámica de la hacienda Yaca, con su casa que se resiste a caer y su iglesia como era costumbre. (Foto: Iñigo Maneiro)
Algún día se
escribirá la historia de las haciendas en el Perú. Esa historia lleva belleza,
dolor, expresiones artísticas, resentimiento y progreso. Algunas de esas
haciendas vienen de la época temprana de la colonización española y otras de
los desarrollos regionales de los últimos dos siglos, como en Cajamarca. Hay haciendas que están abandonadas, derruidas, reconstruidas
o transformadas en sedes públicas, hoteles o colegios. Otras son conservadas
por una cooperativa, por descendientes de socios peleados, por las familias de
toda la vida o por la comunidad. Y casi todas sufrieron el paso de la
demoledora etapa de Velasco.
En Apurímac,
a lo largo de la Interoceánica Sur, que une Nasca
con el Cusco, abundan un buen ejemplo de todas ellas. Esta parte del
departamento se encuentra después de la puna ayacuchana de Negro Mayo y antes
del valle semitropical de Limatambo, en el departamento cusqueño. El tramo
correspondiente a Chalhuanca es estrecho, bello y de aspecto prehistórico, y el
de Curahuasi, después de Abancay, amplio, ancho, verde y con muchas flores.
LA PRIMERA
UVA DE AMÉRICA
La hacienda
de Yaca, a la altura del kilómetro 423 de la Interoceánica, ubicada frente a un
criadero de gusanos de seda, destaca por su iglesia y por la casa, que se
resiste a caer, donde se puede caminar por una celda, un aula, la cocina con
sus fogones llenos de hollín y un amplio patio jardín en cuyo centro hay un
pequeño carruaje oxidado. Desde el mirador de la cruz, ubicado sobre la
hacienda, se contempla todo el valle, serpenteado por el río Pachachaca, con el
cerro Sinti imponente por encima de ellos. También se aprecia una palmera,
común en las haciendas, cuatro palmeras en cada uno de los puntos cardinales
indicando, por influencia árabe llegada de España, un oasis en el camino.
En la
hacienda San Gabriel, en la campiña de Abancay, todo se ha convertido en
huertas, entre las que sobresalen muros, torreones, arcos de piedra y paredes.
En esta, como en muchas del valle, la actividad principal era la producción de
aguardiente de caña. Como en la de Illanya, convertida hoy sede del Ministerio
de Cultura de Abancay.
La hacienda
de Patibamba está en el centro de la ciudad. Es muy antigua, data del siglo XVI
y en la actualidad hay un colegio por el que pasó el escritor Arguedas, en una
serie de largos viajes que lo llevaron a recorrer muchas localidades de estos
valles de Apurímac y que hoy se ofrecen como circuito turístico en la
municipalidad.
Al otro lado
de Abancay, en la tierra del anís y la linaza, en Curahuasi, hay haciendas,
como El Carmen, en donde viven de la crianza de gallos de pelea, la producción
de anisados y algunas actividades de turismo que incluyen alojamiento y
canotaje en el río Apurímac, como también lo hace la comunidad de Yaca. En Curahuasi
existe un hospital, levantado por misioneros alemanes, que es de lo mejor que
hay en el sur del Perú, el clima es agradable, todo huele a anís y los techos
de las casas tienen cruces de colores. En las haciendas de este valle fue,
además, donde se cultivó la uva por primera vez en América.
La
antigüedad de todas ellas se explica porque actuaron como puestos de avanzada,
y retaguardia también, en la conquista final del Cusco. Desde entonces han
pasado muchas familias, algunas viven en ellas, a otras hay que buscarlas en
Abancay y no quieren excesivos recuerdos de su vida en la hacienda.
0 comentarios:
Publicar un comentario